En un principio era sólo una casa. En un principio ellos iban a quedarse un mes y se iban a emborrachar y por las noches iban a suplicar de rodillas que el fantasma dejara de fumarse sus puchos y de meter mano en todas y cada una de las cosas que escribían. El barrio era tranquilo y los fines de semana sus amigos no creían una palabra de lo que ellos les decían. Sus amigos hablaban de literatura y de suplementos culturales y no les prestaban atención cuando ellos tres bajaban al sótano y volvían con la mirada vidriosa y el cuerpo lleno de polvo como de carbón.
En la última semana nadie se animó a visitarlos.
La gente se cansa si uno se obsesiona con ciertos temas.
La gente te deja de lado si son temas que no los dejan dormir.
La dueña de la casa viajó a Catamarca y se ordenó en un convento. Los vecinos pusieron en venta sus propiedades y a los que preguntaban les decían que era porque se iban a un country o porque se agrandaba o achicaba la familia.
Una vez un periodista de un programa de cable vino a hacerles una entrevista. Los tres estaban en calzoncillos y tenían tatuajes con cruces rudimentarias y símbolos de un alfabeto que el periodista desconocía. Lo invitaron al sótano y el periodista no se animó a bajar. Se fue con unas grabaciones en crudo que en su programa nunca le aceptaron.
En abril sus familiares contrataron a un psiquiatra que perdió el habla al salir de la casa.
En mayo un amigo escritor fue a visitarlos con un exorcista. La cocina estaba llena de cucarachas y en el suelo del living había agujeros cargados de vodka y tripas de animales.
Su amigo decidió quedarse y el exorcista dijo que era inútil. Que era todo una gigantesca operación de prensa.
Una mañana, la casa se había dividido en dos.
Ya no crecía más el césped.